13 enero 2016

Charles Perrault y los cuentos que no fueron escritos para chicos


Por Humberto Acciarressi

La historia de la literatura es tan arbitraria como la otra historia, que abarca a la primera. No pocas veces la posteridad se encarga de hacer mitos de realidades, y así hasta un Robin Hood resucitado se maravillaría de ser considerado un héroe romántico. En esa volteada han caído autores con obras magníficas, relegados a los arrabales cuando sus libros pasaron a ser considerados -injustamente, por cierto- como fábulas para chicos. Y no hablemos del siglo XX, que incluso trajo teorías estúpidas a más no poder, en las que se argumentaba que las novelas para niños debían estar dulcificadas y que de ellas había que erradicar toda crueldad. De esta forma, cuentos clásicos fueron editados incluso sin el nombre de sus autores, con embelesadas historias y finales felices. Los dibujos de Walt Disney le pegaron el golpe final a muchas de esas narraciones. Curiosamente, las llamadas "derecha" e "izquierda" políticas coinciden en considerar a los chicos como débiles mentales, aislados de la realidad.

Entre esas confusiones de la literatura está la de Jonathan Swift, el satírico inglés cuyos "Viajes de Gulliver" (que consta de cuatro partes) fue escrita para censurar la política del Reino Unido, obra que fue la preferida del revolucionario radical Thomas Paine, y ni hablar de la tremendamente sarcástica "Una modesta proposición". Ahora, las aventuras de Lemuel Gulliver son lectura para chicos, obviamente adaptadas. Lo mismo puede decirse de Lewis Carroll, de muchas leyendas medievales francesas, y ni hablar de las fábulas de Esopo en la antigua Grecia o Samaniego a fines del siglo XVIII español. Los nombres y las historias sobran. Ahora, que hasta merece un doodle de Google, nos topamos con el caso de Charles Perrault, autor de una treintena de libros durante los tiempos del Antiguo Régimen de Francia, pero que es conocido gracias a sus "Cuentos de mamá ganso" (o mejor aún "Cuentos de mamá Oca"). Allí adaptó viejos cuentos populares y leyendas campesinas, realmente terribles, a las que consideró bajarles un poco el tono macabro. Sin embargo, ni siquiera eso fue respetado.

Aquí tenés algunos ejemplos del azúcar puesta por Walt Disney (por mencionar al más famoso, aunque no el único, para lo cual basta leer los textos de la era soviética). En "La bella durmiente", Perrault aliviana una verdad terrible, pero deja flotando la duda. La chica, sobre quien ya había escrito el italiano Giambattista Basile, después de dormir cien años, no es despertada cariñosamente por el rey (que es casado). Talía, en realidad, cuando es encontrada por el monarca, no sólo es violada dormida, sino que además queda embarazada de dos pibes. O las malvadas tutoras de Cenicienta, que acaban ciegas porque unos cuervos les sacan los ojos con detalles escabrosos. Incluso hay una versión en la que Cenicienta muere con el cuello roto. Pero uno de los hechos más destacables es el final de Caperucita, quien en realidad -luego de que su abuela es decapitada por el Lobo-, se mete desnuda en la cama con el victimario, para luego ser devorada. Como diría un Ripley moderno, creer o no creer.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)