01 julio 2015

La vigencia de Manuel Puig, una suerte de revancha póstuma


Por Humberto Acciarressi

No mucho antes de morir el 22 de julio de 1990 (en unos días se cumplirá un cuarto de siglo) Manuel Puig dejó inconclusa una novela titulada "Humedad relativa 95%". En la mexicana Cuernavaca, este argentino nacido y "expulsado" de General Villegas (el mismo lugar en donde hace un lustro se violó a una menor y el pueblo marchó en favor de los violadores; un sitio al que el escritor denominaba "un western de clase "B") tenía nostalgias de su país y no paraba de quejarse de eso. Y por cierto su vida tuvo muchos altibajos, demasiados sinsabores, aunque también la necesaria dosis de coraje para hacerle frente a lo que viniera. Alguna vez escribimos que Puig, por Intenso, prolífico y aventurero, podría ser un personaje de sus novelas, o de las películas que devoraba en la Argentina (especialmente en su pueblo en compañía de su madre y en Buenos Aires) y durante sus experiencias cinematográficas europeas que inspiraron su novela "La traición de Rita Hayworth".

Se sabe que Puig, que llevado por la vida fue lavacopas en Londres y Estocolmo, dio clases de castellano en esas y otras ciudades y fue asistente de dirección de René Clement y de Vittorio De Sica en Italia y Francia, un día se hizo guionista y, más tarde, novelista. Hay que leer sus cartas para advertir lo que le costaba congeniar esa búsqueda con una natural tendencia a huir de las muchedumbres y a su amistad con la soledad. Mientras algunos de sus libros -especialmente "Boquitas pintadas" y "Buenos Aires affair"- lo convertían en un best seller, la crítica lo destrozaba. Otro solitario asombroso, Juan Carlos Onetti, -aunque éste prefirió pasar parte de su vida en una cama, fumando, tomando whisky y leyendo- , tuvo palabras tremendas y crueles sobre Puig. En general se lo consideraba un autor menor, como cuando "Le Monde" demolió "El beso de la mujer araña". La vida da revanchas: tres años más tarde, la obra figuraba entre los cuatro libros en lengua española obligatorios en las universidades francesas.

La Argentina no parecía perdonarle nada a Puig y mucho menos sus elecciones sexuales y considerarse "un hijo del folletín". El desgobierno que sucedió a la muerte de Juan Perón, comandado por su viuda Isabel Perón y en el marco de la guerra por el poder de la organización parapolicial Triple A y los Montoneros (estos últimos, como le reveló más tarde Firmenich a Gabriel García Márquez, buscaban el golpe militar que luego sobrevino), puso al escritor en sus listas de la muerte. Puig se fue del país a Brasil y de allí saltó a México, donde escribió la estupenda y poco considerada "Cae la noche tropical". Después se murió en la lejana Cuernavaca. Hoy han pasado las modas de entonces, y los nombres de muchos de quienes lo criticaron. Y sin embargo, leer a Manuel Puig sigue siendo una celebración a la gran literatura.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)