18 julio 2015

El Hada Verde ya no es lo que era en la Paris bohemia


Por Humberto Acciarressi

No es difícil imaginar la escena y los protagonistas. Un excéntrico adinerado que banca los delirios de artistas con o sin futuro; escritores que sueñan con la fama y apenas los conocen en el barrio, aunque de la calidad de sus prosas se hablará en el futuro; pintores que se gastan en pinceles el dinero de las velas que deberían alumbrar las telas; bohemios de toda laya que duermen de día y por las noches se encuentran a hablar del siglo que se extingue, como personajes de Balzac o de Murger. Sobre las mesas de esos bodegones de mala vida y peor muerte, en los fumaderos de opio, nunca falta una copa del Hada Verde, nombre que define a la bebida de los bajos fondos del arte, en la Paris de fines del siglo XIX. Los románticos y quienes los siguieron beben el ajenjo a pesar de que los médicos aseguran que conduce a la locura y la muerte.

Uno de los Goncourt, a la muerte de Henri Murger, se refiere a "esos vasos de ajenjo que brindaban consuelo luego de una visita a la casa de empeños". Y Flaubert, en alusión a la vida de los escritores, afirma que "lo primero es compartir unos pocos vasos de ajenjo en el Café du Cirque". El mismo autor de "Madame Bovary", en su diccionario de ideas adquiridas, reproduce un lugar común de la Francia de entonces. Define al ajenjo como "un veneno excelentemente violento. Un vaso y estás muerto. Los periodistas lo beben mientras escriben sus artículos. Ha matado a más soldados que los beduinos. Será la destrucción del ejército francés". Entre los que lo consumen se cuentan Verlaine y su amigo (y luego enemigo) Rimbaud, Baudelaire, Wilde, el taumaturgo Aleister Crowley, Alfred Jarry, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Allais, Hemingway, Picasso. Antes y después de la prohibición de la bebida.

Con el tiempo, el Hada Verde pierde adeptos, y después de la Segunda Guerra Mundial, ya en la mitad del siglo XX, Robert Fraser habla sobre "el viejo bohemio destruido por tantos años de beber ajenjo y cafés de Monmartre". O una novela de Kingsley Amis que menciona al ajenjo como "una bebida divertidamente horrible".A fines de los ochenta, luego de la caída del Muro de Berlín y durante la Revolución de Terciopelo de 1987 en Checoslovaquia, hubo por aquellos pagos un revival del Hada Verde. En realidad no duró mucho, como las modas contemporáneas. Ya están lejos los tiempos en que Degas ha pintado el melancólico óleo que muestra a la actriz Ellen Andrews y al grabador bohemio Desboutin Marcellina, consumiendo ajenjo en un bar, cada uno con la mirada perdida en distintas direcciones. En algunos países sigue prohibido; en otros circula con timidez. El cine y la música, desde David Lynch hasta Marilyn Manson, se refieren al ajenjo. Nunca, sin embargo, llega a alcanzar la fama de los tiempos de la Paris bohemia.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)