20 mayo 2015

La muerte de B.B.King y aquella linda amistad con Pappo


Por Humberto Acciarressi

"Sin él, la Argentina ya no será igual para mí. Era el mejor guitarrista de blues de Sudamérica". Con estas palabras y gran dolor, en febrero de 2005, a horas de la muerte de Pappo en un accidente con su moto en las afueras de Luján, B.B.King se refería a su amigo, a quien él había apodado "Mr Cheese", por el entusiasmo con el que una vez vio comer a Norberto Napolitano varios pedazos de queso, sumado a que el Carpo le había regalado una horma de queso argentino. Ambos guitarristas se habían conocido en la década del 80, pero la relación llegó a un momento culminante cuando el Rey del Blues -recién fallecido- lo invitó a tocar en Estados Unidos. Unos meses antes, en una visita a Buenos Aires, King había arribado a Obras en su limusine. Mientras se preparaba y Pappo´s Blues hacía sus últimos temas, el negro preguntó quién estaba dándole a la viola. "Pappo", le respondieron. "Ah, Cheeseman. Díganle que lo invito a tocar en los bises".

El 10 de agosto de 1993, en el legendario Madison Square Garden, B.B. King -vestido de frac negro y con su viola Lucille-, el músico negro le gritó al público: "En 42 años de carrera conocí 68 países y muy buenos músicos de blues, jazz, country y rock and roll. Esta noche tengo el orgullo de presentarles al mejor guitarrista de blues de Sudamérica. De Buenos Aires, Argentina, ¡¡ Pappo !!". Previamente, cuando el Carpo había llegado al estadio de Nueva York, le habían indicado que B.B.King quería compartir su camarín con él, lo que nuestro compatriota siempre contaba emocionado. Después llegó la función y muchos otros encuentros, además de charlas telefónicas que mantenían cada tanto. Si Pappo viajaba a Estados Unidos, visitaba al maestro. SI B.B venía a la Argentina, buscaba a Pappo. "Además de gran músico, era muy buena persona", dijo el blusero yanqui aquel fatídico febrero de 2005.

Ahora, diez años después de la muerte accidental de su amigo, B.B.King dejó este mundo a los 89 años y es recordado internacionalmente por su legado musical, casi irrepetible. Había nacido pobre y siendo chico se tuvo que ganar la vida recogiendo algodón, tarea que alternaba con los acordes de guitarra que le había enseñado un predicador e integrando un coro de gospel. Con el correr de los años se perfeccionó, bautizó Lucille a su inseparable Gibson, y poco a poco se convirtió en el Rey del Blues, al aunar en su viola los sonidos tradicionales y la música contemporánea. Todos, desde los Stones hasta Pavarotti, quisieron y compartieron escenario con él. Uno de ellos fue nuestro Pappo, con quien trabó una amistad que quisimos recordar en estas líneas.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)