10 octubre 2014

Un bife con papas fritas y el delirio creador de Artaud


Por Humberto Acciarressi

Es cierto que nadie lo comprobó, pero hay quienes aseguran que este hombre que odiaba la psiquiatría en cuyas manos estaba, murió por una sobredosis de cloral autoadministrada. Es decir que se habría suicidado. Insistimos: no hay seguridad alguna sobre esto. También juran que, con su cuerpo ya frío, lo encontraron aferrado... a un zapato. Si es real que falleció en la cúspide de una locura que lo tuvo postrado durante largos años de su vida, y sin embargo no logró desintegrar su arte variado. Todos saben que Antonin Artaud fue escritor, poeta, actor de teatro y de cine, y que escribió algunos de los textos más inquietantes del siglo pasado. Fue un ser excepcional, una de esas personas que cada tanto aparecen en el mundo para hacernos ver -con su obra y con su vida- que la realidad no es tan simple como algunos creen.

Cuando murió en marzo de 1948, Artaud parecía tener casi medio siglo más de sus 51 años reales. En una ocasión había escrito: “En realidad nunca nací y es por eso que no puedo morir”. Ese tráfico espiritual con una eternidad soñada o con una extraordinaria e inevitable desazón, fue el que sostuvo mucho de sus trabajos, incluyendo los de actuación (tuvo papeles en una veintena de películas, incluyendo "La pasión de Juana de Arco" de Carl Theodor Dreyer). Ante algunos fracasos de juventud, se consagró a lo que él llamó "el teatro de la crueldad". En instantes de “un lúcido agotamiento”, como alguien dijo oportunamente, Artaud le envió a una amiga (Marthe Robert, futura especialista en Kafka) unas líneas que completaban aquellas del "no-poder-morir". Alli le escribe: “Para los burros médicos-legales se trata de un delirio; para otros, de poesía; para mí, de algo tan verdadero como un bife con papas fritas”. Esa conciencia de una imposibilidad, esa provocación que ni sus compañeros surrealistas comprendieron, están en la columna vertebral de su obra.

Además de sus piezas - "El teatro y su doble", "El ombligo de los limbos", "Van Gogh, el suicidado de la sociedad", "Para acabar con el juicio de Dios", "Heliogábalo o el anarquista coronado", etc -, a Artaud se lo puede entender a partir de su copiosa correspondencia, especialmente con Jacques Riviere, por entonces secretario de redacción de la Nouvelle Reveu Francaise, autor de una novela titulada “Aimeé” y muy recordado por haber defendido en su momento “En busca del tiempo perdido”, cuando André Gide defenestró la obra de Marcel Proust. Riviere murió joven, apenas un año después de haberle negado la publicación de algunos poemas a Artaud, lo que motivó el inicio de un riquísimo intercambio epistolar, luego editado en forma de libro. El desgarramiento medular, el extrañamiento visceral que se advierte en los textos de Artaud, hacen de su aventura literaria una de las más singulares del siglo XX. Se afirma que todavía hay textos suyos sin editar. Alguien debería ocuparse de ese asunto.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)