07 abril 2014

La obra menos conocida de Samuel Beckett


Por Humberto Acciarressi

El 13 de abril de 1906, bajo el signo de Aries y en las cercanías de Dublin, nació Samuel Beckett, sin cuyas dos obras fundamentales - "Esperando a Godot" y "Fin de partida"- el teatro contemporáneo estaría huérfano de sus patas fundamentales: las del absurdo. Aclarado este punto a favor de este descendiente de hugonetes franceses llegados a Irlanda en el siglo XVIII, suele olvidarse que Beckett es autor -además- de unos extraordinarios relatos breves, singulares obras maestras como "El despoblador", "El dinero", "Verse" y otros oportunamente editados. Incluso tiene una faceta casi desconocida que concluyó en "Film" (dirigida por Alan Schneider y protagonizada por Buster Keaton), que dio paso a su única experiencia como guionista cinematográfico y a su único viaje a Estados Unidos.

Este escritor singular que en una oportunidad escribió que "el único medio de renovación consiste en abrir los ojos y contemplar el desorden", se dedicó con entusiasmo a su postulado y sufrió los efectos colaterales no deseados (contrariamente a lo que se dice generalmente, pueden ser deseados). En esa búsqueda "a ojos abiertos" llegó a varias conclusiones que pueden resumirse a una, bastante desoladora: la vida no tiene sentido. Este solitario, hipersensible, introvertido y memoria prodigiosa tenía una a su favor: un excelente sentido del humor. Eso no le impidió escribir sus dos obras mas famosas y las otras, de las que nos estamos ocupando. Y a los cuentos y guiones hay que sumarle su actividad como novelista, con títulos como "Malone muere" y "El innombrable".

Beckett, que además cultivó la poesía, escribió una novela cercana a la perfección. Se trata de "Molloy", donde llega a alturas sólo alcanzadas por Kafka en el abordaje de las desventuras del hombre trágico, en un relato circular digno de perderse no una, sino varias veces, en sus laberintos. En 1969 ganó el Premio Nobel de Literatura, pero no asistió a recibirlo. Se encerró en un convento, desconectó el teléfono y se dice que donó el dinero a gente sin recursos. Nada de eso le importaba desde bastante tiempo atrás. Recluido, asilado, hacía años que el mundo no contaba para el irlandés. Emile Ciorán, que compartía con él esa ferocidad que subyuga y el amor a los cementerios, dijo de su colega: "No vive en el tiempo, sino paralelamente al tiempo. Por eso nunca se me ha ocurrido preguntarle lo que pensaba de un acontecimiento particular. Es uno de esos seres que permiten concebir la historia como una dimensión de la que el hombre puede prescindir". Como elogio es casi insuperable. Beckett había dicho que el único pecado era haber nacido. Enmendó ese error el 22 de diciembre de 1989.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)

SAMUEL BECKETT POR RICHARD AVEDON, EN  1979