03 diciembre 2013

¿Quién dijo que los libros pasan de moda?


Por Humberto Acciarressi

Quienes amamos el papel -su rugosidad, su olor sea a nuevo o a viejo, ese contacto que no admite explicaciones lógicas pues tiene fronteras limitadas- hace rato que escuchamos los apocalípticos anuncios sobre la desaparición del libro, e incluso que se lo compare con otras formas y soportes que volaron con las arenas del olvido. Es cierto que los visitantes de las Ferias del Libro y los libreros de los sitios clásicos de la venta (e incluso de la compraventa) se quejan de los precios de las novedades y hasta del alquiler de los locales. Razón tienen. Unos y otros son carísimos. Para instalar en la actualidad una librería en la calle Corrientes y sus alrededores, hay que ser, casi, un personaje de Julio Verne.

Buenos Aires es única en la materia, pero no es la excepción. Y cuando llegan ocasiones como La Noche de la Librerías, la gente sale como hormigas, se olvida de los PDFs necesarios pero inocuos en materia espiritual (y ni hablar de las fotocopias anodinas), y llena los puntos neurálgicos de la ciudad en materia de comercios del sector.No importa demasiado qué van a buscar esos lectores, que hace un par de días sumaron más de 70 mil en torno a las mesas de libros. Y no interesa, ya que cada uno tienen sus gustos y sus motivos. Para animar la jornada, también se sumaron otros atractivos culturales, como la música, con presentaciones de Ligia Piro y nuestro compañero de columnas, Gillespi, con su saxo mágico. 

Recoleta, Palermo, Belgrano, Nuñez, Puerto Madero, Congreso, Almagro, San Telmo, entre otros barrios, ofrecieron casi un centenar de actividades vinculadas al libros y sus costumbres. También en el marco de "Democracia 30+30. Una mirada al futuro", el ministerio de Cultura porteño distribuyó gratuitamente ejemplares de la Constitución Nacional, ilustrados por Pablo Ternes. Es larga la lista de escritores y artistas que se sumaron a la iniciativa, desde la inauguración en el Teatro San Martín hasta el último segundo de esa noche magistral. 

Pero todo lo mencionado es mucho más un acontecimiento político-económico y cultural altamente elogiable, puesto que pone a los libros en el centro de la escena y le da empuje a la industria editorial. Y es mucho más - como señalamos textualmente- dado que lectores de todas las edades, desde los más chicos hasta los más veteranos, caminan todos en la búsqueda de "su" ejemplar. Puede ser recién salido de imprenta, un volumen de la década del 30 perdido en una fila, la primera edición de un clásico que se le pasó por alto a los visitantes diarios (esos que tal vez no van a la Noche de las Librerías), libros con las páginas pegadas que jamás nadie leyó en décadas, títulos descatalogados hace años, ejemplares de eso que los libreros de viejo llaman "con encuadernación fatigada", etc. 

En Twitter, donde abundan los lectores de PDFs y libros on line (nadie con dos dedos de frente duda del futuro de este formato digital), se llenó de gente que subía las fotos de los libros "de papel" conseguidos en la Noche de las LIbrerías. Digan lo que digan, el arte de tapa, ese dulce aroma del que hablábamos más arriba, doblar el margen superior de la página o ponerle un pedazo de papel para marcar hasta dónde llegó la lectura, la placentera observación del ejemplar ya acomodado en la biblioteca, no es algo que se pierde fácilmente. Y llega en los genes, porque de los 70 mil visitantes, muchos más de la mitad ya pertenecen a la era de las lecturas en pantallas o en fotocopias. No es sarcasmo, pero ¿quién dijo que los libros, en su formato tradicional, pasan de moda?

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)