20 octubre 2013

Acaso te llamabas... Cátulo Castillo


Por Humberto Acciarressi

La vida de Cátulo Castillo casi registra un desatino desde el momento en que lo inscribieron en el Registro Civil. Había nacido el 6 de agosto de 1906, en Buenos Aires, y era hijo del dramaturgo José González Castillo. Este, anarquista de los de antes, se presentó ante las autoridades y señaló enfáticamente el nombre que quería para su hijo: "Descanso Dominical Castillo". En esa época se estilaban esas payasadas. Sin embargo, un empleado cuyo nombre se ignora para desgracia de la historia del tango, opinó que le parecía inapropiado. Hubo un cruce de palabras, hasta que el autor teatral -amante de los clásicos giegos y latinos- dio por terminado el asunto aceptando ponerle dos nombres a la criatura: Ovidio Cátulo.

Por los problemas políticos del padre, cuando el futuro poeta era un nene viajó con su familia a Chile, y recién regresó con la primera presidencia de Yrigoyen, en 1916. Para entonces, con diez años, ya estudiaba violín y componía letras. En sus ratos libres se dedicaba al boxeo, al punto que antes de los veinte fue preseleccionado para los Juegos Olímpicos de Amsterdam. Sin embargo, en esos tiempos, ya estaba resuelto a seguir componiendo tangos y haciendo periodismo. Trabajó en varios diarios hoy desaparecidos, viajó por el mundo con algunas orquestas y fue preparándose para la posteridad de su música con muchas de sus primeras canciones.

El gran salto en su carrera -como el de su gran colega y amigo Homero Manzi, entre otros - fue su encuentro con Aníbal Troilo. Juntos hicieron "María", "La última curda", "La cantina", "A Homero", "Una canción", "Y a mí qué", "Desencuentro". Sin embargo, más alla de esta dupla, Cátulo Castillo compuso "Café de Los Angelitos", "Caserón de tejas", "El último café" (con música de Héctor Stamponi), "La calesita" (con Mariano Mores), "Tinta roja" (con Sebastián Piana), por mencionar apenas algunos de sus temas, que lo ubican en el cielo de los grandes creadores de la canción porteña junto a Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, los hermanos Expósito y otros. Su compromiso político lo llevó de salto en salto como ciudadano, pero como creador siempre se fue consolidando como un grande del tango. El 19 de octubre de 1975, en su casa, lo mató un infarto. Su obra, en tanto, se diversificó a intérpretes de todo origen, incluso llegados del rock, y vive siempre entre nosotros.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)