31 diciembre 2012

Gustav Klimt y la vanguardia del modernismo


Por Humberto Acciarressi

Este año, en todo el mundo pero especialmente en la localidad austríaca de Unterach, donde pintó gran parte de sus paisajes, se celebró el llamado Año Klimt, a un siglo y medio del nacimiento (el 14 de julio de 1862 en Viena) del pintor que fue una figura central en la vanguardia del modernismo en la pintura. Gustav Klimt, que influenciado por la época toma cosas del ideario romántico, tiene mucho más del finisecular movimiento simbolista que preanunció el Art Nouveau. Esto en la medida de su pretensión de despojarse del impresionismo (fantasía, intimidad, subjetividad) y acercarse a una espiritualidad cercana a posiciones religiosas y místicas.

De alli que las obras de Klimt están provistas de una sensualidad intensa, tomadas de la tradición de dibujos eróticos de Dominique Ingres (por ejemplo "La bañista de Valpinçon", "La gran odalisca" y "El baño turco") y de Auguste Rodin (muchos de los bocetos de sus esculturas, especialmente las de "El beso" o "La eterna primavera"). En este sentido, el desnudo femenino fue uno de los temas recurrentes -aunque no el único- en Klimt. Y no hay que olvidar la influencia del antiguo arte bizantino, caracterizado por su representación bidimensional. "Klimt -escribió Eric R. Kandel, curiosamente un Premio Nobel de Fisiología y Medicina- abandonó la realidad tridimensional por una versión moderna de la representación en dos dimensiones".

Klimt fue un personaje muy singular. Le gustaba andar con túnicas y sandalias, llevaba una vida muy familiar y de tanto en tanto se encontraba con artistas amigos enrolados, como él, en la llamada Sezession vienesa. Hay indicios sobre una baja autoestima, especialmente en escritos en los que se refiere a la ausencia de autorretratos suyos. "No me interesa mi propia personalidad como objeto de un cuadro, sino más bien me interesan otras personas, en especial mujeres, otras apariencias… Estoy convencido de que como persona no soy especialmente interesante".

A sus críticos (los tuvo de su lado y en contra, de acuerdo a la época) les endilgaba una frase de Schiller: "Si no puedes agradar a todos con tus méritos y tu arte, agrada a pocos. Agradar a muchos es malo". Su tríptico "Filosofía", "Medicina" y "Jurisprudencia" le ocasionó muchos dolores de cabeza. Klimt murió en Viena el 6 de febrero de 1918. Muchos años más tarde, en 1945, las SS nazis destruyeron esas tres obras. Sus cuadros - muchísimos más que el archifamoso "El beso"- marcaron a fuego su posteridad y en cierta forma anticiparon la modernidad. Por mucho menos, igual habría que celebrarlo.

(Publicado en la sección Cultura del diario La Razón, de Buenos Aires)