25 abril 2012

El donante de esperma ya superó los cien hijos


Por Humberto Acciarressi

El holandés Ed Houben es un tipo raro. Al comienzo de sus actividades no le gustaba tener a las mujeres demasiado cerca y tenía por hobby vender su esperma. En cualquier barrio porteño hubiera sido calificado de manera cruel, aún cuando sus artes manuales le permitieran ganar dinero. El era feliz. De esa forma tan extraña, Ed fue padre de 82 chicos, tiene 10 más en camino y se duda sobre su paternidad en 25 casos en su Holanda natal, donde no se brindan datos al donante.

Hay que admitir que Ed (no parece casual que tenga el mismo nombre que el caballo famoso) era un padrillo aunque no tocara a ninguna mujer. Más aún, el sujeto admitió que ya tenía como 80 hijos y todavía era virgen. Sin conocer demasiados datos, hasta podríamos aventurar que era un tímido. Como las leyes de donación son más permisivas en Alemania, el tipo se mudó de los Países Bajos a la patria de Goethe y Beckenbauer. Y siguió en la suya, con su casa repleta de frasquitos esterilizados.

Sin embargo, como dice la canción, "todo concluye al fin". Ed perdió la virginidad. No se sabe cómo ni con quien, pero los hábitos son los hábitos. Y retornó a su vieja pasión en varios sitios web, aunque aclarando que si alguna mujer quería algo más que el recipiente con esperma, él podía visitarla. Y se jacta de que sus tasas de éxitos rondan el 80%. Como podés ver, estamos en presencia de un galán. Como dato inexplicable, en su currículum pone que diez de las madres de sus hijos son médicas.

Houben no es el único caso, pero las circunstancias que rodean su historia sí lo son. Los más de cien hijos que tiene (y vaya a saber cuántos son esos "más", ya que debió lidiar en países con topes para donar) pueden estar orgullosos de su padre. Claro que ninguno sabe ni sabrá quién es en realidad "papá". De cualquier forma, Ed sostiene que los quiere a todos, aún sin conocerlos. Eso sí: aclara que lo que realmente le gusta por sobre todas las cosas es donar semen. El viejo truco.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)