22 enero 2012

La historia del capitán Schettino


Por Humberto Acciarressi

Una historia -con pelos y detalles- sobre el capitán del crucero Costa Concordia podría titularse "De cómo un desconocido se convierte en unas horas en el ser más odiado del planeta". Y por cierto, esa narración debería comenzar: "Francesco Schettino, futuro asesino, sufría de frivolidad e irresponsabilidad en partes iguales y estaba condenado a terminar mal".

Cuando se desató la tragedia y aún se desconocía el rol cumplido por el comandante de la nave por cuyo naufragio ya se han reportado once muertos y más de veinte desaparecidos (lo cual es un eufemismo), los primeros sobrevivientes relataron que Schettino estaba de jolgorio con dos rubias, bebiendo champagne y haciéndose el dandy. Ahora se sabe que una de esas chicas es una moldava de 25 años, de nombre Domnika Cemortan, que ni figuraba en la lista de pasajeros. Minutos más tarde,más de cuatro mil personas luchaban por su vida.

Las irresponsabilidades cometidas por el marino más odiado del mundo, han quedado corroboradas con la grabación del diálogo que mantuvo con el comandante de puerto, cuando éste le ordena retornar al barco volcado de costado en el Mediterráneo, le informa que hay muertos y lo humilla para toda la posteridad con gritos que se resumen en un calificativo: cobarde.

Lo más bizarro es cuando Schettino trata de justificarse y dice que en un mal movimiento del transatlántico, él se cayó al mar y, cual dibujo animado, apareció en un bote rodeado de naúfragos. Un caradura sin imaginación. Lo que sabemos ahora es que en ese bote también estaba la joven moldava. Creo que ni el abogado del carnicero de Rostov agarraría su caso por no tener de dónde agarrarse. Las remeras que se venden en Italia y países vecinos con la frase "Vada a bordo...cazzo!", que le propinó el comandante a un desconcertado y huidizo capitán, son apenas una anécdota ante lo que se le viene. Con la mejor de las fortunas, lo dejaran poner un barquito en una palangana en la prisión.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)