19 enero 2012

Costa Concordia: tragedia y miserias


Por Humberto Acciarressi

Lo saben los marinos, no lo ignoran los estudiosos de los grandes naufragios. Los casos de heroismo en situaciones límites hablan muy bien del género humano, y por algo a quienes saquean después de un terremoto o una tragedia natural puede esperarles, en el mejor de los casos, el paredón. Porque también existen los otros, los que repugnan la conciencia humana en medio del llanto y el dolor.
No vamos a hacer nombres para no sumar vergüenza a quienes no la tienen. Y nos limitamos a los argentinos, cuyas declaraciones conocemos un poco más, sin ignorar que hemos leido cosas similares en lo referido a los sobrevivientes de varias de las 62 nacionalidades a las que pertenecían los 4.234 pasajeros del Costa Concordia. El lema de los viejos lobos de mar, "las mujeres y los niños primero", fue -según los relatos- el imperio del "sálvese quien pueda".

Los europeos, señala un argentino, se mataban a golpes por un lugar en los botes. Le pegaban a chicos y mujeres. Ya a salvo, cuando la irracionalidad debería dar paso a la racionalidad, o aunque sea al buen gusto, una connacional se quejaba por haber perdido ropa de marca, pinturas, perfumes, botas, cámaras y MP4, entre otras cosas. Para entonces ya habían confirmado la muerte de seis personas y se sabía que los desaparecidos -para los guardacostas son "muertos" sin encontrar- casi llegaban a una treintena. Pero esta mujer reclamaba por sus perfumes y sus aparatitos electrónicos.

La jueza mendocina, que con sus 72 años se salvó nadando, dice frente a las cámaras que por suerte nadie le pidió ayuda porque apenas tenía fuerzas para dar brazadas. Y agrega: "No hubiera podido ayudarlo ni vivir con la idea que por mi culpa se hubiera ahogado" ¿Leiste bien? 72 años. Pero por otro lado, una pareja se queja porque se les arruinó la luna de miel, que debería haberles durado hasta febrero. Y con gesto duro reclama el mes de vidurria que les falta. Cuando todavía hay familias que no saben nada de sus seres queridos. Un horror.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)