13 septiembre 2011

A la mona le sacaron los puchos


Por Humberto Acciarressi

Pobre bicho. Criaturita de Dios, diría el perro Mendieta. Ya tiene el karma de ser un mono, en realidad una orangutana, tal vez el animal más fulero de la creación. Con un flequillo que parece un flogger y de color casi tan rojo como el de Viviana Canosa en otras épocas. Y como si fuera poco, una viciosa de los cigarrillos. Es verdad que le pegaron el pucho los visitantes del zoológico de Johor Bahru, en Malasia. Los muy ranas, para "divertir" a sus hijos, le daban cigarrillos a Shirley - tal el nombre de la víctima-, que con el correr del tiempo se fumaba hasta las colillas.

Tabaco dependiente, lo único que le faltaba a la mona eran pedir un permiso de salida para ir a comprar cigarros al kiosco. Y si nunca agarró del cuello a un visitante para arrancarle los puchos, se debió a que los propios tipos se los tiraban ya encendidos. Así se pasó casi toda su vida esta mona que iba camino a convertirse en una fumadora aún mayor a un detective de una novela de Dashiell Hammett.

Hace unos días, conservacionistas de Gran Bretaña, le escribieron a las autoridades malayas. Shirley no tendría que fumar más, dado que "fumar no es normal en los orangutanes" (a veces, los argumentos deberían omitirse para evitar los lugares comunes y la vergüenza). Lo cierto es que los malayos hicieron caso y tomaron cartas en el asunto. La orangutana fue mudada de zoológico, está aislada y no le dan un cigarrillo, así pida un último deseo antes de un tsunami.

Animal o ser humano, cuando uno nace con la suerte cambiada no hay vuelta que darle. Shirley, ahora, ni siquiera goza de los beneficios de la fama. La tienen a comida de monos, con la cara más triste que nunca, y falopeada por los veterinarios. Si un día nos enteramos que se apareó con un rinoceronte, habrá que perdonárselo. Todos alguna vez hacemos locuras ante la desesperación. No trascendió si le aplican parches de nicotina o si le dan chicles para dejar de fumar. Y así pasan los días de la orangutana. Sin fumar, y a la espera que alguien le vuelva a tirar un pucho. La vida es una sola.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)