04 agosto 2011

Nadie quiere adoptar a Kitler, el gato


Por Humberto Acciarressi

Nadie, hasta donde sabemos, pudo exclamar el clásico "me pareció ver un lindo gatito". Muy por el contrario, algún desconocido lo tiró con pocas semanas de vida en una carretera de Bedfordshire, en Inglaterra. El minino estaba condenado a morir. De eso no hay dudas. Hasta que personal de un refugio lo encontró, lo llevó bajo techo y lo alimentó. Es cierto que todos lo miraban raro, hasta que uno de los veterinarios se dio cuenta de lo obvio: el gato es igualito a Adolf Hitler. Y todo por un bigote de color negro que por cierto lo hace muy parecido al genocida nazi. En el colmo de la originalidad (¿?), en el refugio le pusieron de nombre Kitler. Una gilada sin remedio.

Lo cierto es que con esa cara y ese nombre, los posibles adoptantes del minino -en ese lugar donde ya se le encontró familia a cinco mil animales- se redujeron a cero. Nadie, ni grande ni chico, quiere saber nada con Kitler. Algunos de quienes visitan el refugio confiesan que lo llevarían si no se pareciera tanto al dictador alemán. Y no hay caso. El gatito, ajeno a cualquier tipo de ideología y con la condena de su cara insólita y su nombre, sigue tomando su leche y comiendo sus galletas como si el loco mundo le fuera ajeno en absoluto.

La buena noticia es que la historia de Kitler comenzó a trascender las fronteras y, según cuentan, a entristecer a muchas personas. Han enviado mails o han hecho llamadas telefónicas para solidarizarse con el gato, lo que parece más ridículo que todo lo que leiste hasta ahora. Pero los hechos son los hechos. Y no sería extraño que alguien, en medio de esa multitud de interesados por ver al fenómeno, termine adoptándolo.

Lo interesante de esta historia es que aunque ahora es el más famoso, hay muchos michifuses en el mundo parecidos al genocida nazi. De hecho, hay una página de internet llamada "Cats that look like Hitler", que reúne decenas de imágenes de gatos parecidos a Hitler, o mejor dicho, a Kitler. Por lo pronto, que al gatito no se le ocurra -algún día de aburrimiento- invadir Polonia e iniciar la tercera guerra mundial.


(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)