21 febrero 2007

Breton y la bandera de la imaginación


Por Humberto Acciarressi

André Breton nació hace 110 años y meses y murió hace cuarenta y uno, en 1966. Entre una fecha y otra transcurrieron siete décadas intensas, una vida apasionada y un entusiasmo consecuente con lo mejor de las estéticas del siglo XX. El hombre que escribió "no es por miedo a que nos llamen locos que pondremos a media asta las banderas de la imaginación" llevó la poesía a límites insospechados. No parece casual que Octavio Paz haya anotado: "Las ideas de Bretón sobre el lenguaje eran de orden mágico y poseían una precisión y una penetración que me atrevo a llamar científicas".

El hombre que alternaba la tranquilidad casi budista con temibles ataques de cólera, era amigo confeso del escándalo. Ya sea cuando se agarraba a trompadas a orillas del Sena o cuando besaba como un noble la mano de las mujeres. Pueden anotarse algunos hitos: estuvo en el frente durante la Guerra del 14, estudió medicina, se familiarizó con Freud, participó del Cabaret Voltaire dadaista y más tarde se enfrentó con Tzara. Su libro "Los campos magnéticos" fue una experiencia de escritura automática, que le dio algunas ideas para lanzar, en 1924, el Primer Manifiesto Surrealista. Allí insiste: "Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas". Breton repudia el realismo, el objetivismo y la construcción psicológica de los personajes. Mucho de esto se observa más tarde en su novela "Nadja". Y en medio de todo rescata la obra de autores como Mallarmé, Hugo, Rimbaud, Chateaubriand, Sade, Swift, o Lautremont.

Su afiliación al partido Comunista le alejó muchos seguidores y le acercó otros. Su ortodoxia le valió perder grandes exponentes del arte del siglo XX, como Ernst, el propio Dalí, Duchamp, Aragon, Eluard o Artaud, entre otros. El mismo fue expulsado más tarde por los ortodoxos del Comunismo, que nunca entendieron el surrealismo.Con errores por momentos mayúsculos, Breton siguió fiel a los escándalos hasta su muerte. Pero su mayor fidelidad fue para su amada imaginación. Marcel Duchamp lo definió con poesía impar: "Era el amante del amor en un mundo que cree en la prostitución". Nada más para agregar. A un hombre así se le puede y se le debe perdonar cualquier cosa.

(Publicado en "Tiempo de Arte")