15 enero 2007

A 50 años, tócala de nuevo Humphrey


Por Humberto Acciarressi

Antes que nada hay que enfatizar algo: Humphrey Bogart era por sobre todas las cosas un excelente actor. Pero con eso no alcanza para aclarar la perdurabilidad de su nombre, de su personalidad (o en todo caso la de sus personajes) y el porqué su estampa de héroe solitario sigue pegando fuerte a cincuenta años de su muerte, acontecida el 14 de enero de 1957 como consecuencia de un cáncer de esófago que le estragó el cuerpo pero no el alma. Desde que protagonizó a un ganster acorralado en "El bosque petrificado" hasta sus últimas apariciones en "Horas desesperadas" y "La caída de un ídolo", Boggie creó -matices más, matices menos- uno de los personajes más atrayentes de la historia del cine. Y encontró su pico más alto en los filmes de John Huston: "El halcón maltés", "El tesoro de la Sierra Madre", "La reina africana" (con la que obtuvo un Oscar) y naturalmente en "Casablanca", de Michel Curtiz.

Bogart había nacido el 23 de enero de 1899 y, a diferencia de otros grandes, se crió en un hogar bien constituido, hijo de un cirujano y una ilustradora de revistas. Como estudiante cosechó los suficientes aplazos para que el día que se hartó e insultó a un profesor, todos -incluyendolo a él- respiraran aliviados con su expulsión. Su paso por la marina, sus estudios de teatro, una herida de guerra en el labio que derivó en su particular forma de hablar, algunos matrimonios frustrados antes del definitivo, son algunos de los datos que pueden apuntarse sobre su vida. Otros, como su activa militancia en contra del macartismo en plena guerra fría, en compañía de su esposa la brillante Lauren Bacall (que dicho sea de paso lo sobrevive hasta hoy), son los que no deben olvidarse.

Pero en todo esto no difiere demasiado de muchos otros. Hay que referirse, entonces, a esas particularidades que han hecho de Bogart un referente insustituible en la cultura del siglo XX. Para hablar de Boggie, entonces, no queda más remedio que referirse a sus personajes. ¿Cómo era el duro interpretado por este actor sin par? No era de esos tipos bellos en el sentido clásico; no tenía esa musculatura o el bronceado que algunas mujeres ponen por sobre los demás atributos masculinos; casi siempre era un perdedor nato, de esos que reciben palizas y cada tanto se juegan una patriada que los convierte en héroes por un día. Y a pesar de todo atraía a las damas, que muy pocas veces confiaban en él (el sentimiento, hay que decirlo, era recíproco).

Esos amores imposibles con Ingrid Bergman en "Casablanca" o con Mary Astor en "El halcón Maltés", por dar dos ejemplos, han quedado estampados en el imaginario colectivo como las grandes pasiones del cine. O la locura patética del oficial de "El motín del Caine", uno de sus mayores papeles en la pantalla. En general, los personajes de Bogart son siempre inestables en la socialización con el resto de los mortales: son detectives, soldados, delincuentes...Habitantes perpetuos del lado oscuro de la vida; sin familia y con un círculo de amigos que jamás excede el número de dos; héroes o villanos, pero simpáticos en su antipatía; solitarios en lucha contra el destino; desdeñosos e indiferentes. En fin, los famosos "duros" que además tienen esa cuota de romanticismo tardío (que no poseen los que se hacen los duros y son tarados ingenuos), surgidos de las páginas de Raymond Chandler y Dashiell Hammett.

Se cuenta que en una oportunidad, un periodista le preguntó por qué no era más amigable con sus admiradores. Bogart respondió: "La única cosa que uno le debe al público es una buena actuación". Genio y figura hasta la sepultura, aunque, hay que decirlo, en su vida cotidiana era definido por las mujeres como "un dulce". Así y todo, su sonrisa torcida, la forma irónica de mirar a las damas, las maneras de tomar un whisky o encender un cigarrillo, su sempiterno impermeable, su sombrero de ala caída y esa conversación cansina, son atributos que todos los hombres han envidiado más de una vez. Por eso, el papel de Woody Allen en "Sueños de seductor", de Herbert Ross, causa una ternura que no es otra que la que, a veces, se siente por uno mismo. Entre los que creen que la aventura está siempre ligada a una mujer, ¿quién no ha soñado alguna vez con ser Rick y darse el gusto de decirle a Ingrid Bergman, al pie del avión, que se vaya nomás con el otro, que después de todo nadie borra lo vivido? El que diga lo contrario miente o no se conoce, que es otra de las formas de la mentira. Y cuidado: el rostro imperturbable de Boggie está al acecho.

(Publicado en la Revista "Así")