27 diciembre 2006

Cosas que dijimos hoy: Walter Malosetti

Por Humberto Acciarressi

Todo vestido de negro, impecable como un pibe mientras los que lo rodean padecen el día más caluroso del año, intacto en sus 75 años, escuchar a Walter Malosetti hablar de música es un placer que está casi a la altura de escucharlo tocar. Exponente histórico del jazz vernáculo, ahora está metido de cabeza en el proyecto de su escuela en el barrio de Caballito, además de sus presentaciones cada vez que pinta la ocasión. Es enternecedor escucharlo referirse a los jóvenes, a sus colegas y a ese mundo de sensibilidades a flor de piel que se vive en el ámbito de la música.

Ahora, en medio de tanta actividad, Malosetti acaba de editar su sexto álbum, dedicado a su hermano Pedro Alfredo Lucas (de allí el nombre del disco, PALM), legendario luthier cuyas piezas hoy son coleccionadas por los amantes de las guitarras y los bajos. Curiosamente, un personaje que está en los escenarios desde hace varias décadas, recién ahora edita un volumen - con temas clásicos e inéditos - exclusivamente con guitarra, exquisitamente sola.Este disco íntimo, el proyecto de la escuela, la frecuentación de los jóvenes músicos, el cariño de sus colegas, el fervor de sus admiradores, lo tienen lo bastante ocupado para que, por lo menos, llame la atención la serenidad con la que uno puede sentarse a charlar con él. Y allí vamos:

-¿Es diferente el interés que los jóvenes tienen hoy por la música con lo que sucedía en el pasado?
La pasión de los jóvenes de hoy por la música es única. Nunca ví tanta en todos mis años de vida, que son muchos. Esa pasión es por el jazz, por el tango, en general por la música popular.

-¿Hay menos dogmatismo?
Efectivamente. En este momento, la música es más importante. Antes, los que seguían la música, eran como partidos políticos. Los seguidores del tango no le daban bola a los del jazz, y viceversa. Pero todo eso cambió.

-¿Creés que por algún motivo en particular?
Por varias razones. En la actualidad, a los pibes les gustan los Beatles, el jazz, el tango. Son mucho más abiertos que en el pasado. Eso gracias a la fusión que se produjo a partir de cierto momento.

-Eso en cuanto a los espectadores, ¿y los músicos?
Es diferente. Llega un momento en que el músico se tiene que decidir. Por ejemplo, a mi me gusta y respeto el tango, pero mi pasión por el jazz no tiene comparación con nada.

-¿Qué es lo que más te apasiona del jazz?
El tema de la improvisación es una de las cosas que más me gusta. No nos olvidemos que el alma del jazz es la improvisación. Y las diferentes alternativas.

-¿Aparecen músicos nuevos?
Permanentemente. Soy modesto, pero debo decir que yo colaboré en algo de eso. Hace décadas que vengo enseñando y hasta podría decir que, entre los buenos, casi todos están tocando profesionalmente.


-¿No es raro que el jazz no sea masivo?
En cierto modo sí. Uno a veces tiene un nombre por los años que lleva tocando. Pero el jazz no es una música que saca nombres rápidamente. No es como el pop, que uno ve que con marketing y otras cosas surgen personas que enseguida están ganando cifras millonarias.

-¿Qué es lo más lindo de hacer música?
Si uno es sincero, toca y es feliz. Siempre estoy con la guitarra y el jazz. Me da felicidad.

-Es una visión muy idílica...
De todas formas, en la carrera de un músico no todas son flores. Al contrario, así como uno a veces tiene momentos de satisfacción, hay otros en los que los problemas te abruman.

-¿En tu caso es así?
Cuando me pongo a tocar, me olvido de todo. Incluso de hacer los mandados (se ríe). Me encanta la libertad. Si estoy en el escenario, el ideal es que ni siquiera sienta al público. Por respeto hacia la gente. Eso te quita presión y alcanzás la libertad total. Es algo así como tocar el cielo con las manos.

(Publicado en "La Razón" de Buenos Aires)